martes, 15 de diciembre de 2009

Dulce melodía


¿Crees que todo es música? Le preguntó.
Por supuesto, responde con voz suave y callada.
¡¿Cómo es eso?! Insiste, casi con aire de afectación.
Todo es música. Enfatiza severamente con ese aire cargado de solemnidad que nunca le abandona. Todo es música. Repite.
Incluso, el silencio porque en él puede condensarse una nota.
Lo escucho, me quedo pensando. Atónita, pero no silenciosa, pues es mi cabeza resuenan aquellas palabras con un frenesí melancólico y quedo, entreverado con un a fuga de Bach y un nocturno de Chopin.
Se mezclan y cobran sentido cuando escucho (no con los oídos físicos):
“el silencio también es música porque…”
Y sólo entonces entiendo, pero no con los sentidos y el acto intelectivo que suelen acompañarme cuando resuelvo una ecuación. No. Sino con algo muy distinto.
Entonces, y sólo entonces digo: sí, es cierto…es una nota, la nota que condensa el cosmos, sí, aquella más sonora y sostenida, a veces en mayor, otras en menor; pero sostenida, eterna…
Como es el silencio, como abunda, se cuela y se escurre por entre las paredes y grietas de mi casa, las del pabellón psiquiátrico de cualquier hospital o casa de ‘reposo’; como arremete, unas veces con violencia, otras con amor encolerizado entre y contra las personas; como cuando acaricia los cuerpos mórbidos, pálidos, fríos de dos seres que se aman o se quieren, ya lo sepan o no y están a la distancia.
Tranquilos yacen sobre sus camas con el lado izquierdo vacío, o en el mejor de los casos, cuando eres mujer o tu corazón es un corazón amante sin solución, volteas y te golpeas con el cálido abrazo del silencio, él te susurra al oído, sólo cuando duermes, te susurra una canción de antaño, no nacida para el mundo, una canción que únicamente es reproducida y suena a la voz del amado, sólo cuando el silencio comparte el lecho contigo por obligación. Pero, cuando él lo comparte porque te ama, sueles escuchar una melodía indescifrable, fantástica, monstruosamente hermosa, trágicamente gloriosa…
12-10-08.




Simone.

Aquí estoy


Aquí estoy, ahogándome en la vida y yo que creía que me la bebía sorbo a sorbo, que transitaba casi sin pisar el hermoso tapete que se convertía en mi camino, pensé que flotaba, que ella me amaba como se ama a la mejor amiga, como se ama a quien comparte con nosotros nuestros más bellos sueños de la infancia. Pues bien, me caí de aquel hermoso idilio, el golpe ha sido mortal y certero, me tiemblan las manos, me sudan los ojos, pues ya no puedo llorar porque ella me enseñó que las lágrimas sólo pueden ser vertidas ante la majestuosidad de su figura mitológica, sí frente el amor, la amistad y el dolor propio de la existencia, una existencia tan profunda y definitiva que compite con lo eterno, tan perfecta y clara que compite con la inmensidad y circularidad de lo abstracto.

Ya sé que todo lo que digo, escribo y pienso son únicamente palabras, lo verdadero, lo sentido y desgarrador queda condensado en mis interludios infinitos, transfigurados en mis solsticios de silencio y soledad, de tristeza, de ganas de llorar, en la desesperación por vivir pero no vivir de cualquier modo, no vivir bajo las reglas de contrabando de este mundo vacío y vulgar, tan vulgar que raya con lo grotesco y me hace comprender la nauseabunda desazón de estar arrojada en una gran masa de estiércol.

Simone.

16,06,08



¿Qué crece en la inhóspita planicie de tu lejanía y la mía?

De hecho… ¿ha crecido ella misma, como hierba que conquista las cercanías entre amapolas y pensamientos, entre eso que aparece como un tú y un yo?

¿Acaso la respuesta no puedo encontrarla en este mundo, material, multiforme, configurado, cromático y táctil?

De pronto, aquello que mi intuición, algo tan intangible, pero casi omnipresente en mi carácter, pues soy mujer y no soy de otra manera, percibe o mejor, presiente que la naturaleza de la distancia y ese sentimiento, quizás algo exagerado, al ser llamado lejanía, responda al rasgo más etéreo, sublime e insondable del alma misma.

Quizás sea el silencio, condena que pagan nuestras voces, tan sólo perceptibles para cada uno, y que han encontrado en las letras, esas tipografías que se enlazan en un juego mágico para intentar dar forma a lo que se quiere decir pero no se puede, aquello que se levanta como un muro que puede ser derribado al mejor estilo de Berlín, el cual en este caso, sus ladrillos y argamasa están hechos de la tinta que corre por mi papel y dibuja mensajes secretos que anhelan llegar al otro lado, a la casa de aquel habitante del “otro lado”, sentarse en su mesa, cenar con él, pasear por la calle, ir al cine y recostarse en su almohada.

¡NO!, ¡no puede ser! El silencio es algo tan mío, que a veces creo que soy yo misma. Ese es sólo mi delirio, no el de todos los inquilinos de esa loca pensión que llamamos mundo, hogar, existencia.

Aunque, podría ser la interrogación, la duda, la incertidumbre…la probabilidad cuántica.

Sí, eso me resulta mucho más creíble, pues obedece a mi incansable capacidad de hacer preguntas, de interrogar. Capacidad que de pronto disfraza algo oscuro y “reprochable”: mi curiosidad insana o mi odiosa pretensión de querer conocerlo todo, de saber y perseguir lo infinito, lo eterno, de escapar de mí, de mi cuerpo, de mis limitaciones o de negarlas; pero sin lugar a dudas, esa fuga desea y se desea a sí misma… desea ser, ser ella. Sí, sólo y siempre ella.
Simone.